Si nos situamos en el contexto de un museo, parece evidente hablar de exposición, ya que realmente es su objetivo: seleccionar una serie de piezas, disponerlas de determinada forma y presentarlas ante aquellos interesados que vayan a verlas, ya sea de forma permanente o temporal.
Realmente hablar de exposición implica mucho más que hablar de aquello que está expuesto. Implica hablar de un discurso, creado por alguien, de un espacio, en el que proyectar ese discurso, y, ahora sí, de unos objetos, que encarnan ese discurso y ocupan el espacio. Aun así, si nos remitimos a lo material, resulta fundamental hablar de estos objetos. Pero estos elementos pueden sorprendernos; todo depende con los ojos con los que veamos aquello que está expuesto.

Hay, sin duda, elementos protagonistas que generan, apoyan y condicionan los discursos proyectados. Grandes obras de arte (o no tanto), otras no tan grandes (o quizás sí lo son), o, a lo mejor, y englobándolas a todas, simplemente piezas a las que se les ha dado la oportunidad de destacar entre el resto. Pero también hay otros elementos que no tienen ese protagonismo, que son simples accesorios del discurso, del espacio y de las obras, que pasan desapercibidos, pero que sin ellos seguramente ni el discurso, ni el espacio, ni las propias obras tendrían tanto sentido.

Es la combinación de ambos tipos de elementos la que hace que todo sea lo que es, que la exposición sea posible.

Por otro lado, exposición no hace referencia simplemente al conjunto de piezas que se muestran, sino que también nos habla de el propio hecho de mostrar, de enseñar; y es ahí donde entramos nosotros y nuestra forma de mirar, y de seleccionar lo que más nos llama la atención de lo expuesto. Un Peine del Viento, un proyector, una foto, una silla, un pedestal, Lámparas de Ree Morton, unas taquillas, Savonarole o unas cortinas. Toda una serie de grandes obras de arte (o no tanto), otras no tan grandes (o quizás sí lo son), y englobándolas a todas, definitivamente piezas que han conseguido destacar entre el resto.
Se da, por lo tanto, la vuelta a la tortilla, y nosotros, espectadores ante los que se exponían todos esos elementos, seleccionamos unos, generamos un discurso que se encarne en ellos y proponemos un nuevo espacio que ocupar.

Y es ahí donde volvemos al punto de partida: exposición. Nuestra propia exposición.
EXPOSICIÓN