La funcionalidad de un objeto viene determinada por su materialidad, su forma, su tamaño. Cómo ocupa el espacio está íntimamente relacionado con su función en el mismo. Algunos objetos tienen una función pasiva, ya que están hechos para ser observados y analizados, activados por nuestra mirada y nuestro pensamiento. Sin embargo, estas materialidades aparentemente pasivas pueden activar nuestra forma de mirar.
Por otro lado, están los objetos activos, que se utilizan para cumplir una función determinada en el desarrollo corriente del museo. Cuando un visitante abre una taquilla o el personal del museo coloca una pieza en un pedestal, estos objetos cobran vida, de manera que su funcionalidad se activa a través del contacto con su materia. Pero, ¿por qué no podrían adquirir también una funcionalidad de observación? ¿Por qué no podrían ser observados y activados por nuestra mirada, y viceversa, al igual que las obras de arte seleccionadas por el museo, tanto en formato físico como digital?
De esta manera, todos los objetos que nos rodean en el museo serían activos y pasivos y sus funciones podrían entremezclarse y cruzarse. Podríamos reasignar la función de cada uno de ellos, uniéndolos en un solo espacio virtual donde las fronteras de lo que tiene un fin utilitario y lo que no se disipan por completo. Los objetos industriales y artísticos conviven en el hogar, en concreto, en la sala de estar, de manera que todos son útiles y observables.
Así la sala de estar, tal y como entiendo yo este espacio virtual, se convierte en espacio expositivo y su función se amplía y se complementa. El hogar se convierte en museo y el museo en hogar. En él se unen la luz, la tecnología, la obra de arte y los límites del espacio.
FUNCIÓN