"El cuerpo es multiplicidad, ensamblaje siempre provisional de elementos heterogéneos, flujos, energías, velocidades e intensidades. Por otra parte, en ese ensamblaje de elementos heterogéneos que lo construye no hay ninguna distinción significativa entre lo psíquico y lo físico" (Assumpta Bassas Vila en "Cuerpo te quiero cuerpo. Imágenes del cuerpo y nociones de subjetividad en la producción de artistas contemporáneas")

Me relaciono con otros cuerpos, cuerpos con una superficie, un funcionamiento, una forma de ocupar el espacio… unas características que determinarán mi relación con ellos. Determinarán el sistema de relaciones que construye al ser siempre resultado del exterior, siempre en trance de construcción, acumulación de planos y estratos inestables. Es ese sistema de relaciones el que transforma a los objetos en elementos protésicos de un cuerpo sin centro y, por tanto, en “artefactos fenomenológicamente vivos”.

Al entrar en contacto con el cuerpo, al ser utilizada por él, hay veces que la herramienta viva o prótesis se contagia, se convierte en una extensión con agencia. En su materia se identifica el cuerpo que puede estar o no. Así, lo que vemos al mirar una silla vacía es un cuerpo ausente. Lo que vemos en una silla vacía en la sala de un museo es el significado que encarna ese cuerpo ausente, una prolongación de su función entre las salas, de su autoridad. La silla es una extremidad del significado, un eco que nos dice lo que podemos y no podemos hacer en los dominios de ese cuerpo ausente. Cuerpo abstracto de la autoridad, de la prohibición. La silla forma parte de ese tipo de prótesis que aluden a lo que falta, al vacío que dejan las amputaciones. Estos vacíos que “están presentes solo como tocones y fantasmas, que representan metonímicamente nuestra falta de presencia y subjetividad” se convierten en “la base invisible y silenciosa de la metáfora”. El vacío, lo que falta, es parte inseparable del cuerpo protésico. Como en la escultura de Chillida, la materia presente se convierte en contenedor de ese espacio vacío o, quizá, funcione también a la inversa; el vacío podría ser la prótesis sobre la que la materia visible se apoya para existir. El vacío aparece también como elemento protésico en las taquillas del museo, cajas dentro de una gran caja. La prótesis-vacío cumple aquí una función parecida a la prótesis-silla; extender y dibujar el límite espacial del control que ejerce el edificio sobre nosotros.

Me doy cuenta de que el museo está repleto de prótesis que protegen, cubren o esconden; las cortinas, como las taquillas, se encargan de separar una colección de objetos del amenazante mundo exterior. Como la concha de un caracol o como las cataratas en un ojo, la protección conlleva ceguera. Nadie dijo que las prótesis no tengan efectos secundarios.

En esta constelación cambiante e imprecisa de relaciones entre cuerpos, tecnologías y subjetividades, la prótesis va mucho más allá de la definición médica de “remplazar una parte faltante”. Algunas de las prótesis que encontramos sirven para dotar de lugar a la materia con la que se conjugan. En cada sala vemos cuerpos con un suelo protésico, una peana o pedestal que se coloca justo debajo de su objeto para que éste pueda reposar en el espacio, para que se sitúe en un lugar hecho a su medida.

Otras veces la prótesis debe proyectar al resto de cuerpo en el espacio, activarse para que pueda existir en relación con otros. Es el caso del proyector que, al contrario que las cortinas, cura la ceguera. Este aparato es contenedor del cuerpo que activa; imágenes fantasma que solo salen al exterior cuando la maquinaria protésica se pone en funcionamiento. La imagen vive en su prótesis y se despierta sólo a través de ella.

De repente, la imagen del museo muta y se convierte en eso: un cuerpo construido a base de extensiones protésicas, cegado por una colección de cataratas, donde un montón de prótesis-vacío se encuentra con las imágenes dormidas.

PRÓTESIS