Entro al museo. He venido a ver imágenes, rectángulos de tela colgados de la pared… ¿cortinas? Me encuentro con cortinas. Pues las miro.
   Rectángulos de tela, en efecto. Una araña llamada Pudor entreteje sus hilos engomados. Si uno las mira de cerca, intuye la labor, ve los píxeles, saluda a Pudor (artista olvidada). Lo textil por naturaleza se presta al juego, a la arruga, al volante. Este rectángulo de tela podría ser una bandera en un cajón, un fantasma en Carnaval, una sábana en la lavadora. Pero cuelga de la pared. La pared, superficie de lo bidimensional, es 2D y transformará en 2D todo lo que a ella se amarre. La cortina se tensa desde cuatro vértices, deviene plano vertical. Disfrazada de muro, protege sus heridas, lo imita en forma y función: es blanca, tersa y disecciona en dos el espacio; es un corte disecado. Siempre firme, sus dos caras parecen irreconciliables, dos planos unidos por la espalda: uno se dirige a nosotros, otro vigila el exterior.
   Sus hilos fluyen anodinamente hacia abajo, como una catarata programada. Hielo derritiéndose o cristalino endureciéndose, la cortina enturbia la visión. Igual que la nieve de un pisapapeles entierra tesoros de plástico bajo un manto blanco, ella enmascara los souvenirs que el museo conserva.
   
Cortinas


   Así que, en vez de imágenes, veo cortinas. En poco se diferencian. Velan, revelan y desvelan. En principio la cortina-imagen no habla más que de sí misma. Una egocéntrica red de horizontales y verticales, retícula empedernida en alta resolución. Un lienzo escurridizo, impermeable, que repele materias ajenas. No representa, se presenta. Así que es una imagen pura… ¡y engañosa! Porque cuando la luz la atraviesa, como una película fotográfica, se revela para mostrarnos un paisaje urbano. Una imagen, domesticada y parcial, sí, pero nunca del todo desentendida de un referente real, al que se mantiene físicamente atada por un cordón umbilical de luz. «No creo que sea exagerado afirmar que detrás de cada retícula del siglo XX se encuentra —como un trauma que hay que reprimir— una ventana simbolista», escribía Rosalind Krauss. ¿Vale la pena insistir en que la cortina-imagen se refiere a una realidad exterior? Para algunos, no: el museo, templo de las imágenes, no tiene salida. Caminamos con la ventana a cuestas, y la única forma de librarse de esta carga es tirarse al vacío por ella, poner fin al espectáculo. Otros buscan la salida del museo, la disolución de la imagen: una cita con el ser fantasmal escondido tras la sábana.
   Entre la cortina plomiza y el cristal congelado se conserva una espesa materia, hueco concentrado, profundidad de bits recalentada. Es éste un espacio liminar, indeciso: es una caja de luz, la materia de la imagen que se condensa sobre el plano textil. Es a la vez la no-materia de la arquitectura, el reverso del ladrillo, la edificación dada la vuelta. ¿Es quizás la arquitectura una excusa para que ese vacío exista? ¿Levantamos edificios para poder ver algo a través de sus ventanas?
   
   Bueno, me olvido de la cortina y vuelvo a mirar las imágenes que el museo quiere enseñarme. Camino y… en la sala siguiente se proyecta «La ventana indiscreta». Pero, ¿sabían que me pararía antes a mirar la ventana? Lo que había visto —la cortina— empieza a dialogar con lo que el museo quería que viese: a un fotógrafo atado al encuadre fijo de su ventana, condenado a habitar (y a mirar) en ese espacio de tránsito entre lo privado y lo público. A partir de ahora, empiezo a imaginar relaciones entre las cortinas — ¡reaparecen en cada sala! — y las obras junto a ellas. Si estos limpios estores son hijos de un insípido boom de la construcción, los lienzos rajados de Fontana les hablan de pobreza y dolor. Los artistas minimal les enseñaron a camuflarse en el entorno. Hablan con Mondrian sobre lo difícil que es ser retícula. Otros les cuentan tragedias bélicas, y ellas envidian su habilidad narrativa. Impugnan a Malévich la autoría del cuadrado blanco sobre fondo blanco.
   Les dejo hablando de sus cosas. Y me voy pensando que al fin y al cabo en un museo no hay más que cortinas.




Diego Calvo Cubero
Técnica mixta
MNCARS